MI INVITACIÓN A VOTAR ESTE DOMINGO
Lima, jueves 2 de septiembre de 2014
Estimados Amigos:
Es cierto que nuestra democracia está basada en
principios liberales que reconocen al hombre como un ser capaz de elegir y ser
elegido. Es cierto que dichos principios deben dar la opción al ciudadano de
manifestar su inconformidad frente al sistema político y a los partidos que lo
dominan, y es absolutamente válido el llamado a la libertad de expresión de
aquellos que de manera tan férrea han categorizado el voto obligatorio como la
máxima expresión del totalitarismo.
Es así que el abstencionismo, por lo menos en nuestro
país, no es una cuestión únicamente de protesta consciente contra nuestra
realidad política. Y hago énfasis en la palabra consciente porque al fin de
cuentas, el desinterés y la desidia de más del 70% de la población apta para
votar son, sin lugar a dudas, una deslegitimación del sistema actual, resultado
de una historia política llena de corrupción, mentiras y engaño. Sin embargo,
parte de dicha población abstencionista está también cómoda en su posición de
que «aquí nadie sirve» y que «todos los políticos son unos corruptos»,
no haciendo ni siquiera la tarea de
analizar los candidatos o de informarse de las propuestas a la hora de decidir sobre votar o no,
convirtiéndose su inasistencia a las urnas más en un resultado de la pereza de
cumplir su deber como ciudadano, que en una protesta frentera a un sistema que
no funciona.
El derecho de vivir en una democracia participativa
debe también imponernos deberes como ciudadanos, y el principal y más
importante tiene que ser el voto. De nada sirve exigir la protección de los
derechos fundamentales, ni la seguridad jurídica, ni el desarrollo, ni el
progreso social, si como ciudadanos no somos capaces de comprometernos con una
de nuestras pocas interacciones con la política, si el desinterés -que bien
justificado está- y el desconocimiento de esta como parte de nuestra realidad
nos llevan a sentarnos en la cómoda posición de la crítica, sin hacer uso de las
herramientas que la democracia nos entrega para procurar un verdadero
cambio. El voto debe ser, sin duda, una obligatoriedad para el ciudadano
en edad y condiciones de ejercerlo. Ni siquiera únicamente pedagógico, debe
ser, así como el pago de impuestos o la educación, nuestro compromiso constante
con el desarrollo del Estado.
El voto obligatorio, contrario a lo que piensan sus
opositores, no viola la libertad individual de elegir: el voto en blanco, no
marcar la cédula o anular el voto siguen siendo opciones democráticas que
pueden convertirse en herramientas reales de protesta contra un montón de
candidatos o partidos políticos carentes de legitimidad. Si todos los que hoy
no votan, votaran en blanco, se activarían los mecanismos que consagran la constitución
y la ley para la renovación de listas o candidatos y así de la política.
La democracia necesita de verdadero compromiso por
parte de la ciudadanía, y así como le exigimos al Estado cumplir con sus
deberes, es legítimo que él nos exija también los nuestros. No creo en un voto
obligatorio sólo por pedagogía, la pedagogía debe ser constante en la
importancia de sufragar y en cómo prepararnos para esto. Creo en un voto
obligatorio permanente para las elecciones de cuerpos colegiados o de
unipersonales, porque es nuestra manera de realmente ser dueños de ese bien
público que es la democracia participativa, sin embargo y hago la claridad, el
voto no puede ser obligatorio para los demás mecanismos de participación, donde
la abstención sí se convierte de manera directa en un rechazo a la propuesta
consultada.
Nuestro Estado está y debe estar basado en la
libertad, pero nosotros debemos, de manera responsable, cumplir con los únicos
deberes que este nos impone. Lo dijo Aristóteles de manera muy sabia hablando
de abstencionismo: «cómoda indiferencia
de los pueblos que se contentan con que le den los problemas resueltos».
La
democracia no es un sistema de bajo coste. Sus ventajas dependen de que existan
mecanismos para conocer en cada momento la voluntad social. Y de que esa
voluntad se exprese —tanto en las elecciones como en las consultas— a través de
niveles de concurrencia significativos y de mayorías suficientes.
Para
ello hay que votar y volver a votar. Votar a todos o casi todos los cargos
públicos e introducir enmiendas a la Constitución siempre que sea necesario,
como en Estados Unidos. Utilizar los mecanismos de democracia directa, como en
Suiza. Votar para reformar la estructura de la Administración pública y para
fomentar la educación, la investigación y el arte como en Francia. Suprimir
municipalidades y entidades innecesarias como en Italia. Negociar Gobiernos de
coalición como en Alemania, dar responsabilidades a formaciones políticas
diversas como en el Reino Unido, disolver el Parlamento y convocar elecciones
generales cuando se acuse la pérdida de la legitimidad adquirida en unas
elecciones, sustituir a quienes han sido puestos al frente de los organismos
reguladores —y de las imperecederas empresas públicas— arbitrariamente, por su
mera adscripción política y, por supuesto, fulminar a los gobernantes
involucrados en actuaciones irregulares y a todas las autoridades y
funcionarios corruptos. Así funcionan las democracias más desarrolladas, de las
que, porque falta de diálogo, esfuerzo y dureza con la corrupción, no acabamos
de formar parte.
Saludos,
Alvaro Córdova Gutiérrez
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